Recuerdo aun aquella sinfonía, dulce, suave, el sonido del
piano que hacía que me dejara llevar, el escenario por el cual sentía como si
volara, como si mi propósito fuese tocar el techo. Como mis diminutas piernas
saltaban hacia lo más alto, y cerraba los ojos. Podía notar como me caía una
lagrima de alegría, una sonrisa salía de mi corazón y dejaba ir un suspiro de
tranquilidad. Como mis pies tocaban el suelo, y mis oídos podían apreciar la sinfonía
de los aplausos del público, sus gritos de alegría, y por un instante todo el
centro era yo, mi autoestima era grande, sentía que podía con todo, que el
mundo estaba en mis pies.
Pero como muchas cosas, siempre tienen su fin, nunca
olvidare ese día, un salto puede hacer que todo tu mundo de la vuelta por
completo, y a veces solo sientes rabia, odio, piensas que porque a te tiene que
pasar a ti, y no a otro. Mil gritos, lagrimas, solo veía a cientos de personas rodeándome,
y yo en el suelo, me dolía la pierna, y miradme ahora, aquí estoy, sentada como
siempre, en una silla de ruedas, desde hace 15 años. Solo son recuerdos
supongo, y a veces hay recuerdos que es mejor olvidarlos, porque a veces son
los que te matan por dentro sin que te des cuenta.
Preciós Joselin.
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