miércoles, 25 de diciembre de 2013

lunes, 16 de diciembre de 2013

Todo lo que hay que saber sobre la vida

¿Ves ese paquete de fumar mata que hay sobre el piano?
Todo lo que hay que saber de la vida está entre esas cuatro paredes.

Verás que a una de tus personalidades le seducen los delirios de grandeza.
Un paquete dorado de cigarrillos largos con una insignia regia. Una atractiva insinuación de Glamour y riqueza. Una sútil sugerencia de que los cigarrillos son tus reales y leales amigos. Y eso Pete... es falso.

Tu otra personalidad intenta que te centres en la otra cara de la moneda.
En aburrida negrita y sobre un fondo blanco, aparece la afirmación de que esos firmes soldaditos de la muerte en realidad quieren matarte. Y esa Pete... es la verdad.

Ohh.. la belleza seductora llama a la muerte y yo soy adicto a su cautivador canto de sirena.

Lo que al principio es dulce, al final es amargo.. y lo que es amargo, al final es dulce.

Esa es la razón de que tú y yo adoremos las drogas.

jueves, 12 de diciembre de 2013


Diario de Alice Holland

 Siempre había creído que la felicidad se encontraba, solo tenías que elegir entre un camino u otro, y a veces, con mala suerte, elegías el incorrecto. ¿Y sabéis que? He estado equivocada toda mi vida, dieciséis malditos años creyendo una farsa. La felicidad no se encuentra, ella te encuentra a ti.

 Toda historia tiene un principio, y la mía empezaría el año pasado, y duraría nueve meses, pero creo que aún no se ha acabado.

Aquella tarde fue el comienzo del infierno que me esperaba. Niebla, soledad, gritos, llantos, frío… Solo quiero recrear como me sentía. El despertador sonaba, y como todas las mañanas me levantaba cansada, sabiendo que ese día sería igual de deprimente o más que los otros. Ya no tenía ganas de nada, sí bueno, tenía ganas de ser feliz. Mi mundo se había derrumbado. La poca luz existente se había fundido. Los gritos aumentaban más hasta dejarme sorda, ya solo lloraba, mucho. Me era muy difícil seguir así, sin esperanzas, sabiendo que aquello nunca acabaría.

 Así pasé nueve meses de mi vida. ¿Un horror verdad? ¿Y como acabó? De la mejor manera posible, siendo feliz. Una buena mañana te levantas y ya no sientes ese infierno, ya no tienes ganas de llorar. Quieres reír, saltar. Chillar que eres la persona más feliz de la Tierra, que los problemas se afrontan con una sonrisa en la cara, no con una copa de alcohol. Que existen personas que te quieren ver feliz y harán lo posible para que así sea. Ahora en mi vida hay luz, brisa, calor, música dulce… Y nunca se irán.

 No esperes, deja que la felicidad te atrape, y cuando te tenga bien cogido, no la sueltes. ¿Por qué? Porqué es la sensación más bonita que existe, la razón por la cual aún sigo aquí, con vosotros, viva, feliz. Y no permitiría que nadie nunca me la arrebatara. Porqué como he contado, creo que esta historia no tiene aun final, mientras perdure esta felicidad.

 

 
                                                                                           

jueves, 5 de diciembre de 2013

El sari rojo


Mamá dijo que teníamos que irnos del país. Sujetaba mis muñecas, me despedía de ellas porque no podía llevármelas. Las besé a todas, una por una. Intenté captar sus rostros y las dejé en su casa, cerrándola con llave, dejando a mi peluche, un Búho muy simpático, de guardián de la puerta. No entendía por qué mi madre podía llenar las maletas con ropa y no encontrar una maleta para mis muñecas. Después de todo, ¿cuánto podían ocupar un par de muñecas más? Las bicicletas se quedaron en el jardín, tal y como las habíamos dejado mi hermano y yo cuando mi madre nos había pedido que entráramos deprisa. Pensé que Nana hubiera sabido doblar mejor la ropa. Mamá iba demasiado deprisa. Muy, muy deprisa.
Me tropecé con mis botas rojas, de agua, pero seguí caminando con ella. Me metí en el coche y dejé que Bruno me atara el cinturón. Papá parecía nervioso, sujetando el volante. Mamá entró en el coche y se giró para comprobar que estábamos allí.  Yo la miré sin entenderla. Ella misma nos había metido en el coche. Lloré por mis muñecas todo el viaje, aunque me prometieron que me comprarían más. Yo quería a Elena, Hazel y Teresa. Quería al señor Búho. Y lo más importante, quería que vivieran en su casa.

Cuando papá murió, después de que tuviéramos que vivir en un lugar muy extraño y nunca habláramos como lo habíamos hecho antes, solo tenía diecisiete años. Apenas comprendía por qué habíamos tenido que irnos y mamá nunca volvió a hablar sobre nuestra vieja casa ni yo sobre mis muñecas, el señor Búho y la casa custodiada. La televisión explicaba, las veces que ella no la apagaba, que había peleas en las calles y una pobreza grande, además de una gran represión. Sin embargo, mamá nunca nos dejó tocar el tema y, poco a poco, mientras yo me hacía mayor, ella envejecía a marchas forzadas, hasta que sus mejillas rojizas pasaron a palidecer.

Mi madre murió lejos de su casa, en un país extraño. Bruno quiso volver durante un tiempo a nuestra antigua casa, pero mamá le disuadió. No obstante recordé que había algo de lo que papá nunca pudo disuadir a mamá.

Cuando nos hubo metido en el coche, mi madre besó a mi padre y le pidió un momento. Papá, nervioso, le dijo que no había nada que pudiera hacerle irse pero tampoco nada que ella necesitara con tanto ahínco, a lo que ella contestó:

 Van a echarme de mi casa. Van a asediar a mis hijos. Van a golpear a mis amigos y mis compañeros. Van a perseguirnos hasta sacarnos de aquí. Pero hay algo que no voy a dejar que se queden.

Mamá salió del coche y volvió, empapada y a la carrera, con una larga caja de cartón, de color blanco. Más tarde recordé verla sacar, todas las noches desde la muerte de papá, un viejo sari indio rojo, que acariciaba con una pequeña sonrisa y volvía a guardar. Bruno y yo la enterramos con él. Fue una sensación fúnebre que aquel traje que había llevado siendo joven tuviera cabida en su ataúd, pasando la tela por sus hombros. Pero jamás llegamos a comprender porque, en la caja blanca, había un jirón de tela, alargado y con una serie de bordados, lleno de agujeros y remendado. A su lado, una pequeña muñeca, cuyo nombre recordé: Patricia. También había un viejo libro al que había remendado el lomo y varios aviones de papel de colores.

Lo que más nos llamó la atención fue aquel jirón de tela, de color rojo, agujereado y viejo, decrépito, cuyos bordados hablaban de tiempos pasados que nosotros nunca comprenderíamos, en los que el amor a un hogar y un país hicieron levantar a pueblos, donde los hombres libres hacían libres a los sometidos: el lugar donde residen mi Búho y mis muñecas; que ha quedado congelado, como Pompeya, atemporal.


Porque las llamas se extinguen, mueren, se congelan, pero mi madre jamás dejó que la lluvia erosionara las rocas: conservó el monumento.

martes, 3 de diciembre de 2013

1936

Corren por un camino,como si nadie pudiera atraparlos. Van en manada,para asi sentirse más protegidos, no miran hacía atras,por miedo a lo que vendrá. Suspiran sin parar y en sus rostros puedo ver infelicidad..huyen,corren,suspiran y no miran hacía atrás. No puedo dejar de pensar que es lo que les debe aturmentar,porque no paran de llorar,porque preferirían antes la muerte a una vida eterna. Y por fin lo veo todo claro, se paran y caen rendidos,sus ojos piden compasión, y el esta allí,frente a cada uno de ellos. Detrás suyo hay muchos más, con una arma en las manos, veo una señal,1,2,3 grita en Alemán. Mil gritos, mil disparos,mil muertes que quedan en vano; el yanto de un bebe. Me fijo y veo como el lider, se le acerca, lo mira, le acaricía la cara y le susurra algo al oído. En cosa de segundos todo queda en silencio, ya no oigo nada, solo hay ausencia de mil vidas que han sido arrebatadas. Es el canto de los santos innocentes.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Recuerdos..

Recuerdo aun aquella sinfonía, dulce, suave, el sonido del piano que hacía que me dejara llevar, el escenario por el cual sentía como si volara, como si mi propósito fuese tocar el techo. Como mis diminutas piernas saltaban hacia lo más alto, y cerraba los ojos. Podía notar como me caía una lagrima de alegría, una sonrisa salía de mi corazón y dejaba ir un suspiro de tranquilidad. Como mis pies tocaban el suelo, y mis oídos podían apreciar la sinfonía de los aplausos del público, sus gritos de alegría, y por un instante todo el centro era yo, mi autoestima era grande, sentía que podía con todo, que el mundo estaba en mis pies.

Pero como muchas cosas, siempre tienen su fin, nunca olvidare ese día, un salto puede hacer que todo tu mundo de la vuelta por completo, y a veces solo sientes rabia, odio, piensas que porque a te tiene que pasar a ti, y no a otro. Mil gritos, lagrimas, solo veía a cientos de personas rodeándome, y yo en el suelo, me dolía la pierna, y miradme ahora, aquí estoy, sentada como siempre, en una silla de ruedas, desde hace 15 años. Solo son recuerdos supongo, y a veces hay recuerdos que es mejor olvidarlos, porque a veces son los que te matan por dentro sin que te des cuenta.

El arte nunca se queda sin admiración

Poco después de cerrar los ojos empecé a ver aquella casa en ruinas, la casa donde supuestamente me tocaría pasar la noche. Mi tarea consistía en sacar todos los escombros de allí, hacer una montaña de ellos y conseguir hacer una obra de arte de todo aquello.
En acabar, me alejé de mi supuesta obra para observarla mejor y me quedé con la boca abierta solo de ver que cada trocito de cemento y metal estaban colocados de tal manera que ni una gota de lluvia resbalando por el cristal de la ventanilla de un coche era tan espléndida como aquello.
Todo cambió al entender que si había hecho tal escultura, solo era por miedo a quedarme solo, el arte nunca abandona, nunca se queda sin admiración.
Bueno o malo, siempre será él, el tuyo.

Uf...

... cuánto tiempo sin aparecer por aquí. Sería interesante reflexionar que esto es un espacio de escritura que se construye escribiendo. Para ello, os invito, alumnos presentes, pasados y futuros, a pasearos por aquí y dejar vuestra huella de palabras.

Porque vamos a las armas, no, a las almas.

Saludos y letras.